Au revoir, mon cher ami
Un recuerdo de Pepe Galán
Era alto y flaco como un espagueti al dente. Era genial y tenía un gran sentido del humor que hacía disfrutar a quienes escuchaban sus bromas y comentarios, que solían ser lúcidos, salpicados de sarcasmo e ironía. Lo conocí hace tal vez 15 años, cuando ambos trabajábamos de reporteros para diferentes diarios y cubríamos el Congreso. Lo recuerdo llegando todos los días más o menos temprano y preguntar antes que nada cómo me encontraba y si todo estaba bien, con esa entonación y jerga singulares que le distinguían y que me recordaba tanto a mis primos mayores –un acento de chavo crecido en la colonia Roma o en la Del Valle en la era post beatles–.
Nos seguimos viendo después de que se mudó de diario y dejó El Economista para trabajar en La Jornada. Era cariñoso y solidario. Le fascinaban el jazz y la poesía. Nunca dejó de ser un poco niño y cumplidos los 50 decía que su personaje favorito de Disney era Campanita. Era atento, amable y tenía una enorme sensibilidad.“¡Pónganse almejas, buzos caperuzos, vivos y no bajen la guardia!”, solía decir. Era un optimista y un romántico sin remedio.